La idea principal que ya planteamos en la anterior entrada
es que somos los padres y madres los que nos tenemos que plantear cambios y no
estar siempre pendientes de qué es lo que tienen que cambiar los demás.
Se trata de decidir qué puedo hacer yo, en lugar de que
quiero que hagan los demás.
Pero no sólo esto, sino que lo que yo haga como padre o
madre tiene que ser coherente con lo que digo y con las decisiones que tomo. Para
ello tengo que acostumbrarme a pensar antes de hablar, distanciándome de la
situación conflictiva y prestando mucha atención antes de decir, hacer o
decidir.
Se trata de seguir los siguientes pasos:
- Observo detenidamente lo que ocurre: qué hacen los niños, qué hago yo, qué es lo que me hace sentir mal, lo que quiero cambiar.
- Decido cómo actuar: si lo que estaba haciendo no me estaba funcionando, debo buscar una nueva estrategia. Desde la amabilidad y la firmeza la estrategia pasa por evitar repetir todo veinte veces, por acabar dando gritos, por ceder… Se debe tomar una decisión y llevarla hasta el final.
- Una vez he decidido, no cambio mi decisión, la comunico tranquilo y me mantengo firme. Los niños intentarán volver a la costumbre, como el río trata de volver a su cauce. Debemos mantenernos firmes para que ellos se den cuenta de que algo ha cambiado.
Pondremos un ejemplo de estos
pasos:
- Un padre observa que sus hijos siempre dejan los deberes para última hora y le piden ayuda para acabar antes de acostarse.
- Decide ayudarles sólo de siete a nueve, para evitar prisas antes de ir a dormir. Se lo comunica a los niños.
- El primer día uno de los hijos va a las nueve y media. En lugar de mostrar pena o cambiar de opinión, o enfadarse, simplemente le comunica al niño que recuerde que él le ayuda de siete a nueve y que son las nueve y media, así que no le podrá ayudar ese día.
Al principio se notará resistencia, pero si nos mantenemos
firmes evitaremos estar repitiendo siempre lo mismo y disgustarnos por las
mismas cosas una y otra vez.
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